miércoles, 16 de mayo de 2018

OTRA VEZ CATALUÑA. ASÍ NO HAY MANERA



El balance de la primera vuelta de la investidura del candidato 
Quim Torra resulta fácil. Todos, absolutamente todos, se han 
comportado como si nada hubiera pasado y el tiempo les 
hubiera dado la razón, cuando ha sucedido exactamente lo 
contrario. Nadie sale de su zona de confort, nadie mira hacia 
delante y así no hay manera, resulta casi imposible hacer política.
El candidato Quim Torra se dirigió al Parlament como si estuviéramos 
en octubre de 2017, Carles Puigdemont continuase siendo president 
y él estuviera haciéndole unos recados. El propio Puigdemont actúa 
como si no se encontrara a la espera de lo que decida la justicia 
alemana y su vicepresidente, Oriol Junqueras, estuviera de baja y 
no en prisión. Los dos saben que no es así pero se comportan como 
si lo fuera. De hecho son tan conscientes que, desde que designó a 
Torra con su dedo, Puigdemont ha sentido la imperiosa 
necesidad de recordarnos expresamente que quién manda es él. 
La gente que manda de verdad no se pasa el día proclamándolo en 
público, solo sienten la urgencia de dejarlo claro aquellos que intuyen 
que no lo está.
Los dos socios, PDeCAT y ERC, callan y otorgan porque nadie quiere 
ser quien asuma el siempre expuesto papel de decirle al emperador 
que va desnudo. Solo la CUP se atreve a decírselo pero sin pasar 
de la abstención. Demócratas y republicanos saben y han aceptado 
que son capaces de ganar las elecciones pero ni consiguen, ni van 
conseguir, ganar con la mayoría suficiente los plebiscitos en 
que han pretendido convertirlas. Aunque mientras no lo admitan en 
público y actúen en consecuencia sirve de poco saberlo.
En el ámbito no nacionalista también se impone el inmovilismo. Primero 
tenia que ser un candidato que no se hallase en la cárcel o huido, luego 
uno 
sin problemas legales, luego uno que no estuviera ni siquiera en riesgo 
de tenerlos y ahora, al parecer, alguien con un historial irreprochable 
en twitter, que no sea nacionalista de toda la vida y que además 
reconozca que estaba equivocado; o sea, uno de los suyos.

Nadie ha encarnado la esterilidad de la política como lo hizo el sábado 
Inés Arrimadas en el Parlament. Centrada en la vital cuestión de 
comentarnos unos tuits del candidato de hace años, ya borrados y 
lamentados, apenas tuvo tiempo de explicarnos sus soluciones. 
En el paroxismo de la hiperventilación que ha sacudido a Ciudadanos 
tras el CIS de abril, Albert Rivera ya ha exigido a Rajoy que mantenga 
el 155 como respuesta al discurso del candidato. De puro oportunista, 
Rivera acabará logrando que Rajoy nos parezca Winston Churchill.

El PSC y el PP también se comportan como si nada hubiera pasado y, 
si ha pasado, ellos han aprendido poca cosa. Al parecer aún no 
se han convencido de que esa línea de confrontación y beligerancia 
dialéctica llevada al extremo del melodrama patriótico solo 
tiene un beneficiario y viste de naranja. Los Comunes tampoco parecen 
haber asumido que, a veces, para ganar, hay que bajar al barro.
Unos y otros se comportan como en el día de la marmota y todos 
recogen los frutos de tan exuberante esterilidad, aunque puede que 
no precisamente los esperados. Según el último barómetro
catalán, Ciudadanos  repetiría su estéril victoria con un par de 
diputados menos, el PDeCat y ERC volverían a empatar, la CUP 
recuperaría lo perdido en diciembre, el PP seguiría sin grupo 
parlamentario y PSC y Comunes retornarían a los resultados de 2015. 
El independentismo tornaría a los 75 escaños. La realidad es tozuda.

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