miércoles, 20 de enero de 2016

MASACRES COTIDIANAS

Carlos A. Trevisi (A pocos días del atentado yihaista en París)

·        El atentado de los yihadistas en París ha dado lugar, una vez más, a que los políticos apelen a la democracia y a las leyes para combatir sus atrocidades. Hollande  “promete castigar a los yihadistas con todos los mecanismos del Estado de Derecho”. Rajoy no ha sido menos; con el entrenamiento que tiene de apelar continuamente a la ley y a la Constitución –jamás al quehacer político- debe decirse que no le ha costado mucho: si la ley sirve para tamaña atrocidad -5 millones de parados, subalimentación de los peques, el descalabro sanitario, una educación antidiluviana al servicio del poder y esconder la cabeza ante el desbarajuste catalán (entre otras muchas cosas)- creo que ha llegado la hora de que pensemos en nuevas  leyes y en otra democracia que ponga más atención en la ciudadanía atendiendo a sus verdaderos intereses.
El terrorismo yihadista es producto de una ideología de raíz religiosa que, como cualquier ideología, es críptica: ve la realidad desde las limitaciones que imponen sus propias circunstancias. La realidad es lo que yo digo que es, o, lo que es lo mismo, lo que me han dicho que es. Producto de una cultura ancestral que quedó fuera el ámbito que impuso el Renacimiento, sus gentes no tuvieron ocasión de individualizarse, asumirse personalmente, dejar de ser lo que imponía un sistema en el que Alá imponía su verdad y obligaba a la obediencia. Los musulmanes vivieron una cultura incontaminada hasta que los cambios tecnológicos y científicos producidos en el siglo XX los acercaron a nuestro mundo. Supieron disfrutar de las ventajas que les ofreció hasta que las diferencias que conllevaba su forma de vida despertaron su rechazo.

Fue el comienzo.

El poder económico-financiero del mundo Occidental actuó sin reparos sobre sus países de origen.  El afán de lucro desató guerras a mansalva.  Irak nos mostró al desnudo cuál era el propósito que se perseguía. La excusa de que había armas de destrucción masiva terminó con el país. La soberbia que representa aún hoy una mesa de altos  “capos” de la mafia política de las naciones más poderosas del mundo dejó al desnudo el propósito que se perseguía: quedarse con el petróleo del país africano. La “mesa” incluía a un pobre actor secundario, Aznar que, con sus pies apoyados en ella –nunca nada tan preciso-, a la par de Bush, demostró un afán de protagonismo inaceptable como  máximo representante de un país que se jacta de pertenecer al primer mundo. Abatido  Irak, unos pocos años después (2015) los que impulsaron el ataque confesaron que no existían las armas de destrucción masiva a las que se había apelado como excusa para  la invasión. Valga como dato ilustrativo que el actor secundario no lo hizo.

Los sucesores de aquellos que integraron  la “mesa” yo no hablan de armas de destrucción masiva. Sería una vergüenza que lo hicieran. Esclavizados por el poder económico que los  ha transformado en sus comisarios, obligándolos a  que avalen a los que desde los paraísos fiscales venden a los yihadistas las armas con las que ahora matan a mansalva. El yihadismo es la organización terrorista más importante del mundo. ¿De dónde provienen las ramas y el dinero que autorizan estas masacres? ¿Cuántos musulmanes han muerto en los sucesivos 8 ataques inclementes que han perpetrado?

¿Significa esto que acabamos de leer una justificación de la barbarie? Por supuesto que no. La inestabilidad emocional de los asesinos yihadistas es producto de una vida encriptada en el desconocimiento de lo que significa “el otro”. Y “el otro” somos toda la humanidad, nosotros y todos aquellos musulmanes a los que han asesinado en Siria, en Irak (y dónde no); musulmanes como ellos mismos dicen serlo cuando invocan la voluntad de Alá para justificar sus atrocidades.

Tampoco podemos aceptar graciosamente que es la fatalidad que nos toca vivir. Así como a lo largo de la historia el hombre ha padecido todo tipo de quebrantos de los que solo aparentemente salió indemne, nos quieren hacer creer que ahora es nuestro turno de padecer.


Habría que preguntarse  porqué los comentarios solo imputan a los asesinos olvidándose de nosotros mismos como partícipes del problema. 

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