martes, 8 de septiembre de 2015

EL HOMBRE, EJE DE LA HISTORIA


Por Carlos A. Trevisi
Fundación Emilia María Trevisi
setiembre 8, 2015

Se estudia  la historia para  abordar a la gente y  sus circunstancias en cada uno
de sus momentos. La información  que nos pueden aportar siglos como el  
IXX, por referirme a una etapa que ha marcado decididamente aconteceres 
posteriores, son significativos en tanto  referentes ineludibles de la vida que 
les tocó vivir.
Si bien la electricidad fue un descubrimiento maravilloso -como tantos otros 
de ese siglo-, asumir su importancia ofreciendo datos que escapan al interés de 
la historia es banalizar la razón de ser de su estudio.
Solo una  vez analizadas las circunstancias en las que se desenvolvía la vida en
todos los ámbitos -el doméstico, el familiar, el educativo, la salud, la justicia, 
el trabajo, la política, las libertades-, recién entonces, se deben abordar 
las causas que las impulsaban.
Los hombres somos el eje de la historia. El entusiasmo que ponemos en las 
circunstancias por las que atraviesan nuestras vidas cierra el paso a una justa 
evaluación de cómo vivimos y del momento que nos toca vivir.

¿Hasta dónde se puede glorificar una Inglaterra decimonónica cuyos habitantes 
estaban sometidos a las escaseces más brutales, a la indigencia más cruel? 
¿Acaso por sus descubrimientos, por sus inventos, por su productividad? Los
beneficios económicos que trajo aparejados la industrialización por la producción 
masiva de bienes, el comercio y demás  deberían estudiarse desde la gente que 
los disfrutó o padeció y, recién entonces aludir al progreso para poder descubrir  
los trastornos que provocaron o las ventajas que otorgaron a sus vidas.
Dickens, a quien invito a que leamos, ha puesto en blanco sobre negro las 
injusticias sociales que esas generaciones padecieron.

Pero no acabaron allí ni entonces.
A la luz de las miserias tan cercanas que estamos pasando hoy día y de las 
grandezas que  glorificaron nuestro crecimiento (que  nos hizo olvidar la 
decrepitud de otros mundos que se morían de hambre), ¿ha valido la pena, 
considerando el atropello que desde el siglo IXX y hasta nuestros días sigue
aplastando chicos y pobres por doquier? ¿No sería conveniente y sobre todo 
necesario a esta altura del mundo que volcáramos  buena parte de nuestros 
saberes no tanto a repetir grandielocuentemente el valor que tuvo el motor a 
explosión  o la máquina de vapor, sino a tratar de explicarnos porqué no 
hemos sabido capitalizar tanta creación para conseguir un progreso sostenido 
que llegara a todos los hombres?
¿No sería necesario que vinculáramos los horrores de antaño con los 
que padecemos hoy día y aprendiéramos a modificar las variables de
modo de APROVECHAR LA DILIGENCIA OPERATIVA DE ESTA 
 REVOLUCIÓN DIGITAL QUE ESTAMOS VIVIENDO?
Contar la historia como un cuento lleno de fantasías ya no nos sirve. Los jóvenes
han descubierto una realidad que no tiene nada que ver con Maltus ni con la 
electricidad: al primero no lo conocen y a la segunda la usan. Sus valores no son
tan rimbombantes como los que se nos impusieron a nosotros; son valores que 
se pueden poner en acto.
Ya no trabajan para Cáritas: son Cáritas y se van al África a acompañar a los que 
en verdad necesitan.
                           
 

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