sábado, 7 de marzo de 2015

EL REGRESO DE LOS LIBROS

Por Guillermo Jaim Etcheverry - Médico y educador.- Especial para Los Andes

Una apasionada defensa del libro como sujeto de conocimiento, frente a las modernas tecnologías que dominan el acceso a la información pero carecen de otras capacidades para estructurar y ordenar el pensamiento.

En cada oportunidad en la que se menciona la tendencia declinante de la lectura se argumenta que, por el contrario, nunca se ha leído tanto como en nuestra época.
Lo que no se aclara es que, casi exclusivamente, el material de lectura actual consiste en breves mensajes de SMS o de Whatsapp, correos electrónicos, breves tuits o, en el mejor de los casos, alguna página de la Red. Frases aisladas, muchas veces mal construidas y peor escritas constituyen nuestro alimento intelectual cotidiano.
Por eso ha causado tanto impacto el hecho de que el creador de Facebook, el gurú tecnológico Mark Zuckerberg -30 años y una fortuna estimada en 30 mil millones de dólares- se haya propuesto como objetivo para 2015 el leer dos libros por mes. Ha invitado a acompañarlo a sus millones de seguidores, categoría que en la actualidad equivale a “amigos”. Si bien encontró un importante eco entre ellos, no todos lo siguen en la exótica aventura que propone.
Pero lo verdaderamente interesante son las razones en las que sustenta su decisión. Dice Zuckerberg: “Estoy entusiasmado con el desafío de leer. He descubierto que leer libros proporciona una importante satisfacción intelectual. Los libros permiten explorar un tema de manera completa mediante una inmersión más profunda que la que hacen posible la mayoría de los medios actuales. Espero poder ir desplazando mi dieta de medios cada vez más hacia la lectura de libros”.
El empleo habitual de los recursos tecnológicos, de los que ha sido uno de sus principales artífices, ha llevado a Zuckerberg a redescubrir las propiedades del libro.
Aun los tecnófilos más empedernidos deben de haber abrigado la sospecha de que un rápido vistazo en un medio virtual no permite adquirir un conocimiento real similar al que se logra leyendo un estudio profundo realizado por un experto en la materia. Uno se siente tentado a imaginar qué hubiera sucedido en un mundo en el que, al cabo de 700 años de internet, en la década de 1990 alguien hubiera inventado el libro.
El hecho de que en lugar de rastrillar océanos de información semiconfiable resultara posible contar con una fuente segura, portátil y económica de conocimiento expuesto por alguien que sabe de qué se trata y cómo exponerlo mediante una escritura correcta, hubiera sido considerado un verdadero milagro y celebrado como un gran avance para la humanidad.
Al señalar el hecho de que “Los libros permiten explorar un tema de manera completa mediante una inmersión más profunda que la que hacen posible la mayoría de los medios actuales”, Zuckerberg reformula una de las características esenciales del libro.
Se trata de su capacidad de organizar y estructurar el saber, razón por la cual el libro constituye una poderosa línea de defensa del conocimiento frente al avance de la información, que no es sino un conjunto fragmentario de experiencias no relacionadas unas con otras y cuyo único prestigio deriva de la novedad.
Como he señalado en alguna ocasión, a diferencia de la información fugaz, el libro se fortalece con el paso del tiempo al constituir un vehículo del conocimiento reflexivo. Valora nuestras experiencias, no por el atractivo momentáneo de los hechos sino por la permanencia de su significado. Sobre todo, nos devuelve el valor del tiempo, arrasado por la inmediatez de la información.
Aunque de manera confusa, ante los libros de una biblioteca intuimos que las calladas voces que encierran quieren llamar nuestra atención para hablarnos sobre el sentido profundo de nuestras vidas.
Percibimos que hay en ellos algo que podría dar orden y significado a la experiencia humana, trascendiendo lo cotidiano. Hace un tiempo, el pensador estadounidense Daniel Boorstin señaló acertadamente que sostener hoy la vitalidad del libro “es afirmar la permanencia de la civilización frente a la velocidad de lo inmediato”.
Es que nuestra civilización se identifica a sí misma por sus libros. Una casa sin libros es, tal vez, un refugio, pero no una casa. Los niños y los jóvenes que no leen las grandes novelas pueden estar entrenados, pero no educados. Adquirir habilidad con las nuevas tecnologías constituye hoy una herramienta esencial para vivir, como lo es manejar el dinero y prepararse para las relaciones personales. Pero no tiene nada que ver con la cultura.
Las pantallas contribuyen a conseguir información de manera sencilla e instantánea y, sobre todo, ofrecen un entretenimiento, algunas veces no dañino. Precisamente el auge de las modernas herramientas tecnológicas vinculadas con las experiencias fugaces se explica por el desprestigio contemporáneo del esfuerzo.
Ese mismo horror al esfuerzo explica la decadencia de la lectura, porque leer un libro requiere realizar un esfuerzo intelectual que pocos están hoy dispuestos a emprender.
Leer es una tarea formativa porque la lectura -un hábito que se adquiere durante la infancia y la adolescencia- nos hace reflexivos y racionales, nos enseña a escribir y a hablar. Sobre todo, nos impulsa a meditar, a desarrollar nuestra imaginación. No es casual que algunos niños cuando se les pregunta acerca de lo que sienten cuando leen, respondan: “¡Es como si soñáramos!”.
Cuando menciona que los libros permiten una “inmersión más profunda”, Zuckerberg demuestra haber percibido la importancia de lo que en alguna ocasión he denominado el “tiempo lento”, cuya dimensión estamos perdiendo al ritmo del videoclip en el que se han convertido nuestras existencias.
Ese tiempo está vinculado con la reflexión y la imaginación, en fin, con la capacidad de pensar el mundo y de pensarnos. Nuestros jóvenes deben ser introducidos a esa dimensión temporal porque, además de disciplinados consumidores, merecen ser creadores.
Crear supone adquirir el hábito de ingresar al sosegado tiempo lento así como la capacidad de instalarse en él con comodidad antes de actuar.
Precisamente, la revalorización de la lectura de libros se basa en la convicción de que representa una puerta de entrada a ese ámbito intrínsecamente humano de lo lento.

aportado por A. Roldán

Biblioteca Central UCA (Universidad Católica Argentina)

1 comentario:

  1. Dificilmente podamos entender el mensaje que se lanza desde la UCA si en España el 55% de la gente manifiesta no leer y, consecuentemente se cierran dos librería por día. Visitad http://guadarramaenmarcha.blogspot.com.es/2015/03/espana-cierran-dos-librerias-por-dia.html

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