jueves, 16 de enero de 2014

MIS AMIGOS LOS NENES

Por Carlos A. Trevisi

Mi amiguito NN1 tiene 10 años. Es brillante. La madre ha contratado mis servicios porque el chaval no da pie con bola. 

- ¿Qué pasó que te suspendieron?
-  No sabía dónde quedaban los ríos de España.
- ¿Y por qué?
- Porque no los estudié.
- ¿Y por qué?
- Porque es mucho trabajo y no sirve para nada.
- Bueno, algún sentido tendrá…
- No creo. Mira (El chaval se sienta frente al ordenador, va a Google y busca “Ríos de España”).
- Mira
- Está muy bien. Pero eso está en el ordenador, no lo tienes en la cabeza.
- Claro, ¿para qué lo quiero en la cabeza, si está en el ordenador? A mi me gusta otra cosa. A mi me gusta saber otras cosas. Por ejemplo, el otro día por televisión un programa explicaba la contaminación del aire. Y me acordé del olor que tiene el río Guadarrama en verano.  Pensé entonces que el río está contaminado. Le conté a la maestra y le pregunté a la maestra quién contaminaba los ríos. Y me dijo que después lo íbamos a estudiar. Que ahora estudiara dónde quedan los ríos, que después veríamos…

La madre, muy indignada (con el hijo) le explicó que tenía que aprender por dónde corrían los ríos porque eso era cultura general.
El padre le prometió que si estudiaba lo llevaba a ver el Madrid contra no sé quién.
La abuela le dijo: “Ven conmigo”

Yo casi me lanzo sobre la vieja para darle un beso.
La prueba escrita –un mapa de España donde corrían líneas que parecían dibujadas por una araña a la que previamente le habían mojado las patas en tinta china-, ya había sido corregida; la maestra había escrito ¡SOCORRO! porque en su escuetísima configuración  no podía aceptar que un niño de 9 años confundiera el Guadalquivir con el Guadarrama (o que se estuviera riendo de ella).

Mi amiguito NN2 tiene 9 años.

¿Qué hicieron hoy?, le pregunto.
Diptongos, me contesta desganado.
Muéstrame.
Me presenta su cuaderno con las definiciones de diptongo, hiato y demás menesteres asociados con el tema. La idea es que el chico ponga en marcha su conocimiento del asunto desde la definición. El resultado es una catástrofe. Se ha aprendido de memoria las definiciones pero sigue sin tener la menor idea de lo que es un diptongo, ni cómo funciona. La maestra le pone una nota en el cuadernillo -esos cuadernillos que dejan a salvo a la maestra y a los padres que intercambian dejación de responsabilidades y sólo sirven para aplastar a los chicos que, paradójicamente, se encargan de llevarlos y traerlos en sus mochilas, ida y vuelta de casa al cole, día tras día, como un pesado grillo- una nota de la maestra decíamos, en la que se lee: “Si no estudia me veré obligada a tomar estrictas medidas”.

Vuelvo al cuaderno del crío. Hay dos correcciones; hechas por la maestra, claro. El chaval había escrito “…y hiato”; la maestra le tacha la “Y” y le pone “E”, de modo que queda “…e hiato”. Más adelante la maestra, en nueva corrección le pone acento a “suerte” suérte) y le redondea la palabra para que el crío aprenda que lleva tilde.

Usted dirá.


Una paliza al profesor

Sabido es que los profesores no ganan para sustos. Desde aquel director en cuyo despacho se metió un padre para darle una tunda, hasta este caso reciente: dos jóvenes acorralaron en uno de los claustros del colegio a su profesor y, mientras uno le pegaba, el otro (la otra) filmaba tranquilamente. Se pasó el video por televisión y nos quedamos todos atónitos.

Es razonable pensar que es un disparate que los alumnos les peguen a sus profesores. Lo ratifiqué cuando fui sonsacando opiniones acerca del asunto a la gente que frecuento habitualmente. No hubo uno solo que me dijera que el disparate era que el profesor no se hubiera defendido (se lo veía al pobre desgraciado, hombre joven, corriendo de un lado para otro tapándose como podía de los golpes que le propinaba el alumno).

Usted no se imaginará que todo lo que pasa tiene que ver con malformaciones genéticas de los jóvenes.
Algo pasa. 
Nuestros chicos viven, aunque sólo sea a través de la tele, entre otras cosas, por ejemplo la guerra de Irak. No les importa especialmente, pero ahí está: todos los días muertes y más muertes. Han vivido la mentira que impulsó esa guerra, el derrumbe de todos los que mintieron para llevarla a cabo; la intolerancia, la violencia, el quebranto de las normas legales que la impedían, pero por sobre todo, la impunidad con que se actuó.
Como suele suceder, los imbéciles que la promovieron –infatuados a las órdenes del poder económico- serán removidos de sus cargos, juzgados por la historia y todo lo demás, pero el mal está hecho.

Ese modelo de vida –al que se agregan otros de corte nacional (una oligarquía naciente que no sabe qué hacer con sus hijos como no sea comprarlos, que no habla  -apenas dice-, que se regodea en éxitos intrascendentes  -coches, viajes, inversiones)- no puede ser  neutralizado por  una escuela que ha perdido fuerza, que no puede procesar  las variables de la realidad, que sobrevive como puede  en una sociedad que le deposita sus hijos  a la espera de que lo que no puede hacer la familia lo hagan los maestros.


El problema de la educación hay que verlo más allá de la escuela. La escuela no puede meter dentro lo que no hay fuera. 

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