jueves, 13 de diciembre de 2012

LA DIGNIDAD DEL HOMBRE


Por Carlos A. Trevisi

Bien se podría sostener, como de hecho sucede, que cada hombre es lo que los demás ven de él. Si te ven mezquino; si te ven manirroto; si te descubren un amor escondido…  y así sucesivamente.
Sin embargo, puedes pasar por un hombre de prestigio si tienes fortuna, si eres ejecutivo de una empresa importante, si juegas al golf, si eres  empresario (paradigma del prestigio Díaz Ferran, Marsans) o si eres católico de misa y comunión.
Difícilmente la gente distinga otros atributos que poco tienen que ver con el mundo de la diversión y del prestigio en el que vivimos:  que seas un tipo sabido, que te retraigas en la esfera de lo social, que dediques tiempo a la lectura, que te lances con la denuncia ante situaciones turbias que crean los que visten corbata, tienen dinero o roban (aunque en este último caso la indiferencia que reinó en tu entorno se transforma de pronto en un  “está loco, quiere notoriedad, aspira a…).
El humanismo le ha dado al hombre la posibilidad de asumir su individualidad y fortalecer su intimidad. Sin embargo, el tiempo y las circunstancias creadas por  la Revolución Industrial, con todo que favorecieron el crecimiento de los recursos de los que se ha valido el hombre hasta el presente, lo ha ido convirtiendo, paulatinamente, en uno más  de una masa informe de individuos que han perdido la capacidad de ver a los demás. Su afán por el éxito, el dinero y el poder le ha hecho perder de vista al “otro”, que se ha ido desdibujando en su desdicha de no poder “pertenecer”.
La humanidad, ya en plena globalización, está viviendo ese momento.
Los que no aceptan que el poder se haga con sus vidas son traicionados por los políticos –comisarios de aquél-, atenazados por los medios –al servicio del capitalismo (que no del capital) y estrangulados por el sistema bancario que se queda hasta con las casas de los que, en su pobreza e ingenuidad, no pueden afrontar las hipotecas a 30 y 40 años que pesan sobre sus casas.
El sistema no pierde ocasión para reforzar sus beneficios. Políticos mediante, abochorna  la educación pública, arancela la universidad, recorta los presupuestos para la investigación científica y la sanidad y todo en beneficio del país al que todos tenemos que ponerle el hombro para que salga de la crisis porque, según nos explican, ”hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Las cosas van mal. Los que antes vivían al día, pero vivían, han bajado a la pobreza extrema y a esta altura, con cinco millones de desocupados habrá de suceder lo que sucedió en las villas miseria de la Argentina, que desplegaban carteles dando la bienvenida a la “clase media”.
La sociedad ya está dividida. Se distingue con toda claridad a los que se han salvado y a los que buscan comida caducada en los contenedores de basura de los supermercados.
Como nunca antes estamos informados al detalle de lo que sucede. Pero no basta. No alcanza con enterarse y difundir “urbi et orbe” el atropello al que se nos somete. Recibimos a diario en nuestros ordenadores noticias que se multiplican “ad infinutum” y reenviamos en cadena a nuestros amigos como si las hubiéramos generado nosotros, como una gran novedad. Es una forma de expurgar nuestra inacción. A pesar de que no siempre todo lo que hacemos los hombres es lo debido, hay pocas actitudes tan indignas, especialmente en estos momentos de profunda crisis, como la sentarse a dar testimonio de lo mal que anda todo. Hay que actuar y actuar no significa nada  más ni nada menos que  PARTICIPAR.

ASOCIACIÓN CULTURAL “GUADARRAMA EN MARCHA”
Fundación Emilia Mª Trevisi                                                                                                                                                                         

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